Hay ocasiones en las que la vida nos ofrece un regalo que nos llena de alegría y nos desborda. Me ocurrió a mí hace dos veranos, cuando me pidieron acompañar a un grupo de voluntarios a la India, concretametne a Madurai, a Boys' Town. ¡Ese sí que fue un verano feliz!
Convivimos allí los seis voluntarios con una comunidad de 7 Hermanos y con un centenar de muchachos internos, de familias de condición muy humilde. Apenas podíamos hablar con ellos, porque el tamil nos era totalmente desconocido; sin embargo, se estableció entre nosotros una comunicación sumamente interesante, afectuosa, alegre, casi iba a decir que hasta profunda. Todavía, cuando lo recuerdo, me siento extrañado de que fuera posible. Las canciones, los bailes, los talleres y los juegos, fueron el instrumento de comunicación, que hizo que surgiera la amistad, la capacidad de entendimiento, de cariño... Bueno, todo esto fue posible también porque el pueblo indio es tan acogedor, tan sencillo, tan abierto, que nos hicieron sentir realmente en nuestra casa.
Las mañanas las dedicábamos a un trabajo mucho más prosaico, de puro trabajo físico, que nos hizo sensibilizarnos ante las condiciones de los hombres y las mujeres que, por muy poco dinero, y bajo un calor insoportable, trabajan duramente. Fue también un modo muy interesante, aunque duro, de entrar en comunión con un pueblo al que a veces idealizamos, pero que vive en condiciones realmente extremas.
Este fue un regalo muy grande, que me gustaria volver a repetir. Surgió en el camino de mi vida de modo imprevisto. Ojalá siga habiendo muchos mas tramos en este camino que me permitan vivir de esta forma, y no sólo de modo puntual, sino de forma continua.

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